Tú también te merecías que te hicieran reír. Te merecías esos abrazos sin avisar, esos besos en la nariz, esas sorpresas que te paralizaran las piernas y te aceleraran el corazón. «A mí todo eso no me gusta», me decías para justificarte. Y ahora sé que tenías toda la razón: no te gustaban porque nunca entendiste el significado de todos aquellos gestos. Marcharme fue lo mejor que pude hacer.
Laura Lozano